Mi día ha comenzado de una manera increíble. Mi gato me despertó de la manera habitual como él lo hace: A las 4:30am, saltando encima de mi cuerpo totalmente desconectado del planeta Tierra. Yo duermo muy bien, y agradezco esta bendición frecuentemente. Por esta razón Simón -mi gato de 12 años- tiene que intentar la maniobra varias veces hasta que reluctantemente me giro en la cama boca arriba permitiéndole que se pare en mi pecho por unos minutos. A veces hace el sonido maravilloso, parecido al de un sonajero de bebé, como una maraca muy débil. Eso es sinónimo de que está feliz. Si he recobrado mi conciencia lo suficiente, lo acaricio a dos manos por unos minutos hasta que decido pararme de la cama a darle su desayuno. De lo contrario, si sigo dormido, Simón ha aprendido que es momento de utilizar su truco infalible para terminar mi sueño y adquirir su primera comida: me da un beso ligero en los labios con su lengua carrasposa. “Ok, vamos a desayunar”, suelo decirle ante semejante insistencia.
Es una rutina tan exacta que me sorprende. Tiene un reloj biológico. Entre 4:10am y 4:45am ha venido haciendo lo mismo por más de 7 años. Me encanta. Pero hoy, lo disfruté de una manera especial, saboreando cada segundo de tan vano ritual. ¿Por qué? Porque está a punto de desaparecer. Simón está enfermo y mi esposa Nicole cree que no estará con nosotros en cuestión de semanas o meses. Hace dos noches estuvo muy mal y por primera vez pensé que en verdad no sobreviviría la noche.
¿Y qué tiene que ver esto con correr?
Así somos los seres humanos. Extrañamos lo que no tenemos y tendemos a valorar las cosas cuando se vuelven preciosas, escasas. Algunas veces cuando ya es demasiado tarde.
Correr es igual. Cuando estás saludable y no tienes ninguna lesión, probablemente no valoramos el regalo que poseemos en nuestras manos de salir a correr, ver el amanecer, escuchar los pájaros y las pisadas de nuestros pasos.
Pero cuando caemos enfermos, o estamos sufriendo una lesión que nos impide salir a correr, de repente extrañamos la misma corrida que cientos de veces no hacemos por pereza, por la lluvia, por la comodidad de la cama cálida, o porque estuvimos despiertos hasta tarde viendo televisión.
En los últimos 18 días solo he salido a correr 4 veces. Los otros 14 días he extrañado salir a correr. Mañanas han pasado sin el beneficio espiritual y creativo que me brinda una buena trotada en las mañanas. Noches han pasado vagamente al frente del computador navegando el internet siendo poco productivo mientras escucho un partido de béisbol, en vez de estar corriendo 16 o 20 km escuchando cada lanzamiento de pelota de mi equipo de béisbol favorito.
Aunque se que debo darle un descanso a mi segundo metatarso derecho para evitar una fractura por estrés, no puedo evitar el sentimiento de nostalgia por no estar corriendo. Siento que los días pasan y no puedo entrenar como necesito para la media maratón en la que espero mejorar mi tiempo récord en 63 días.
Me siento triste porque estoy perdiendo tiempo precioso para prepararme lo mejor posible para la maratón que correré en menos de cuatro meses.
Por eso he decidido escribir esta carta para mi mismo y compartirla contigo. Para cuando esté saludable nuevamente y no tenga excusa para salir a gastar las suelas de mis Nike Vomero, y por algún motivo ridículo no quiera salir a correr; pueda leer esto y recordar la bendición y el regalo tan grande que tengo en mis manos para no derrocharlo como suelo hacerlo muchas veces.
Agradezco a Simón por haberme hecho consciente de esto, y ahora que lo veo durmiendo plácidamente a los pies de mi esposa dos horas después de que me despertó, espero que lo pueda seguir haciendo por muchos más años gozando de salud plena, suficiente para disfrutar de sus placeres más sencillos como treparse en el árbol a ver pájaros en el jardín, corretear por la casa cazando polillas y jugando con mi otra gata, la cual ha venido protegiendo por los últimos 8 años.
Ahora que puedes, deja gastar tiempo en internet y sal a correr.
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